El joven redactor Marcelo Pasetti, hoy subdirector del diario LA CAPITAL, entrevistó en 1984 a Jorge Luis Borges, quien había llegado a Mar del Plata para dar una charla en el Teatro Auditorium. Un video que distingue tema por tema aquel momento.
Por Marcelo Pasetti
Jamás olvidaré aquella mañana. Fue el 7 de setiembre de 1984. Llegué a la redacción a las 10 esperando las indicaciones del secretario de redacción para la realización de las notas del día. Lo habitual era ir a la municipalidad, a alguna conferencia de prensa, y en algunos casos, cubrir algún hecho policial. Pero esa mañana la orden me paralizó.
-Pibe, andate con el fotógrafo a la casa de Susana López Merino y hacele una entrevista a Borges.
-¿A Borges?
-Sí, a Borges. El escritor. Borges…
Juro que me asusté. En media hora estaría frente a frente con uno de los mejores escritores de la historia de la humanidad, y lo más sensato, en el momento de recibir la orden, hubiese sido huir de esa redacción y de esa responsabilidad.
Anoté algunas palabras en mi libreta para la entrevista, la más importante que me habían asignado desde que trabajaba en el diario, revisé el grabador, cambié las pilas y ya el reportero gráfico Néstor Alfonso me esperaba para salir.
En el auto ensayaba algunas probables preguntas, sabiendo que Borges no era alguien fácil de entrevistar. Había visto en televisión algunos reportajes y me compadecía de los periodistas. “Ojo que el viejo es bastante bravo”, me advirtió Alfonso, como adivinando lo que yo estaba pensando.
Cuando tuve a Borges a menos de un metro, sentado en ese amplio sillón blanco, con su bastón y una taza de té, temblé como un papel. En ese instante lo único que deseaba era que suspendiera la entrevista, que inventara alguna excusa, que me liberara de esa presión. Sin embargo, Borges lo percibió. Sólo al escuchar mi saludo, en voz muy baja, temblorosa, comprendió que yo estaba aterrorizado. Hubo un par de sonrisas, las siete u ocho personas que estaban en la sala se alejaron, y quedamos ambos, frente a frente, sólo con el sonido de fondo de los disparos de la Nikkon de mi compañero.
Era Jorge Luis Borges, quien esa noche ofrecería una charla en el Teatro Auditorium. Las preguntas fueron saliendo, insisto, con una voz apenas audible, de miedo en los primeros minutos, pero aparecieron las respuestas amplias, lúcidas, brillantes. Los minutos fueron pasando. La entrevista concluyó a los 40 minutos. Atesoro aquel casette y la foto que me regaló Néstor, en blanco y negro, y cada vez que la veo recuerdo aquella especial mañana. Una vez en la redacción me pidieron una nota de 70 líneas. Había material como para 300, que recuperé años más tarde.
A 30 años de su fallecimiento, vaya otro “gracias maestro”, por haberme regalado esos minutos, por haberse compadecido de mis temores. Por permitirme contarle alguna vez a mis hijos que una mañana de setiembre de 1984 pude entrevistar a Jorge Luis Borges. El genial, el único…